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25 años de La Lista de Schindler: esta lista es vida!

Schindler's List , una historia de redención. Desgarradora, estremecedora, retumba en el alma, así es La Lista de Schindler. El Shoah siempre será un episodio histórico que servirá de fuente en la que beba el séptimo arte. El asesinato de la manera más infame de más de 6 millones de personas por parte de uno de los pueblos más educados de Europa, la exterminación sistemática y sin justificación de una parte enorme del pueblo judío es algo que hoy, a casi 80 años de que se iniciara esa tragedia, nos sigue impresionando. Pero siempre habrá un justo en Sodoma y entre toda esa orgía de muerte y destrucción, quedó gente que se ganó con su grandeza, el apelativo de seres humanos. Personas que con su bondad y su decisión de contrariar la locura mainstream de esa época, hoy merecen ser recordados. Uno de esos personajes fue Oskar Schindler . Bon vivant y afecto más al dinero que al humanitarismo, Schindler vio en la guerra de Hitler el escenario perfecto para forrarse a costa de...

Philadelphia: el valor de la dignidad humana.

Philadelphia, el largometraje que puso a Estados Unidos a hablar de SIDA.

Philadelphia hizo mucho por la aceptación de la comunidad homosexual en los USA, pero 25 años después, el odio sigue estando ahí.
Hace 25 años llegaba a salas de Estados Unidos uno de los largometrajes más intensos, desgarradores, pero por sobre todo, reveladores de una condición médica que era vista por el público de ese tiempo como al nivel de la plaga o la lepra; algo para aislar, imposible de tocar a las buenas gentes, heterosexuales y temerosas de Dios. El SIDA, como enfermedad y en ese momento una sentencia de muerte, no se había tocado sino de manera periférica, anecdótica, de refilón o simplemente soslayado en una sociedad como la estadounidense, proverbialmente pacata e hipócrita en cuanto a lo que se refiere a temas de sexualidad. Pero en Philadelphia el tema se toma de frente, sin ambages y a cargo de dos increíblemente talentosos actores, que no exageramos están entre los mejores de todos los tiempos: Tom Hanks y Denzel Washington, quienes se trenzan en un duelo actoral, dando como resultado un drama cinematográfico de los mejores de los años 90. 

El drama de Andrew Beckett, inspirado en hechos reales, introdujo en la conversación nacional americana, el tema del SIDA y los homosexuales.

Andrew Beckett (Tom Hanks) funge como abogado asociado en un gran bufete de Philadelphia. Esconde su condición sexual ante sus colegas ante el miedo de ser separado de su gran posición laboral. Un día, un alto ejecutivo de la firma nota en la frente de Andrew una extraña lesión –Sarcoma de Kaposi, típica de los infectados con VIH-, a la que este atribuye a una herida producida jugando squash. Como cada día son más evidentes sus quebrantos de salud, lo que desemboca en largas ausencias en su empleo, Beckett, profesional dedicado, se ve en bretes para cumplir con su deber. Un día, el papeleo necesario para un gran cliente representado por la firma, es deliberadamente ocultado para que Andrew luzca como incompetente, lo que conlleva a su despido. Andrew percibe esto como una injusticia, algo ligado a su condición médica, que en ese momento era considerada como enfermedad de homosexuales. Demanda a la firma, pero nadie quiere implicarse; acude a Joe Miller (Denzel Washington), abogado afroamericano, pero este, evidentemente homofóbico, desestima involucrarse y al día siguiente -la ignorancia de los tiempos, qué duda cabe-, visita al médico ante la creencia de estar infectado por el terrible mal.

El personaje de Tom Hanks, en los primeros estadíos de su terrible agonía.


Beckett, incapaz de encontrar representación, debe asumir su propio caso, y en un acto, de abierta discriminación, presenciado por Miller, es obligado a retirarse de una biblioteca ante la incomodidad de los presentes, de nuevo en la creencia de que ante la sola presencia de un seropositivo se podrán infectar. Miller, negro y por lo tanto discriminado, ve reflejado en el maltrato a Beckett sus propias vivencias como afroamericano y toma el caso. Lo que sigue es una demostración terrible pero vivida de la situación de la comunidad homosexual en el país que se autodenomina la tierra de las oportunidades. Andrew agoniza poco a poco, ante los ojos de sus victimarios, juez y jurado, mientras pelea con todas las armas legales a su disposición. En el camino da una lección, una demostración actoral profunda, que ese mismo año lo catapultó, con dos premios Oscar consecutivos, a la categoría de los actores más laureados del cine norteamericano de todos los tiempos.

Tocar un tema tabú como ese, a principios de los 90, fue un gran riesgo para la carrera artística de los involucrados.


Durante el transcurso del juicio, Beckett ya luce visiblemente desmejorado.

Con Philadelphia nos damos cuenta de algo, no necesitamos ser mujeres para que nos indigne el odioso machismo, no es necesario ser negro para lamentarnos por el detestable e inexcusable racismo o ser homosexuales para estar en contra de la homofobia. Joe Miller es un hombre de familia, pero entiende perfectamente esta situación, su vida ha estado signada por el racismo y la discriminación, y a su vez en su actuación se refleja el cambio que en ese momento estaba operando en la sociedad norteamericana. El VIH como condición médica era aún muy desconocido pero el estigma que cargaban los afectados era terrible, en cuanto a que se creía que los infectados tenían con el SIDA el justo castigo a su aberrante preferencia sexual. Philadelphia entonces se convirtió por sí sola en el primer manifiesto abierto de Hollywood a favor de una comunidad injustamente tratada, excluida y perseguida por la sociedad y que recién empieza a tener el respeto que se le ha negado ancestralmente. 

En este film la música también tuvo un gran protagonismo, recibiendo Bruce Springteen el premio Oscar por la canción Streets of Philadelphia.

La maravillosa escena con Maria Callas de fondo.

El tándem actoral entre Hanks y Washington es como para alquilar balcón, y los secundarios, que son de lujo, tampoco se quedan atrás: Mary Steenburguen como la acuciosa abogada de la firma acusada, Joan Woodward, esa madre que de la manera más dolorosa posible, tiene que ser testigo de la muerte lenta y terrible de su amado hijo, Jason Robards, ya en la última etapa de su carrera cinematográfica y en impecable trabajo y Antonio Banderas, el abnegado novio latino, en el papel que le dio la entrada a Hollywood. Jonathan Demme, fallecido en 2017, el mismo director del Silencio de los Corderos, logró con Philadelphia un registro cinematográfico arriesgado, pero que le reportó reconocimiento mundial y una taquilla de 200 millones de dólares, algo inusual para un largometraje de corte eminentemente dramático. En la retina del espectador queda una historia hermosa, con preciosas escenas –como aquella con la canción de Maria Callas de fondo- y que demuestra que la dignidad humana no se pierde bajo ninguna circunstancia. Philadelphia es un film que ayudó enormemente a comprender el SIDA, la terrible pandemia del siglo XXI, tiene muchas más dotes, pero solo por esa, se ganó nuestro corazón.


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