Schindler's List , una historia de redención. Desgarradora, estremecedora, retumba en el alma, así es La Lista de Schindler. El Shoah siempre será un episodio histórico que servirá de fuente en la que beba el séptimo arte. El asesinato de la manera más infame de más de 6 millones de personas por parte de uno de los pueblos más educados de Europa, la exterminación sistemática y sin justificación de una parte enorme del pueblo judío es algo que hoy, a casi 80 años de que se iniciara esa tragedia, nos sigue impresionando. Pero siempre habrá un justo en Sodoma y entre toda esa orgía de muerte y destrucción, quedó gente que se ganó con su grandeza, el apelativo de seres humanos. Personas que con su bondad y su decisión de contrariar la locura mainstream de esa época, hoy merecen ser recordados. Uno de esos personajes fue Oskar Schindler . Bon vivant y afecto más al dinero que al humanitarismo, Schindler vio en la guerra de Hitler el escenario perfecto para forrarse a costa de...
Es difícil para una persona que no se toma demasiado en serio, escribir una semblanza de sí mismo. Puestos a ello, tampoco es que me respete mucho que digamos y pues así estamos. De mis múltiples defectos, la auto complacencia no es, para mal o para bien, uno de ellos.
Quizá debería empezar diciendo que mis grandes pasiones en la vida son la Historia, el Cine y la Literatura, hermosa mescolanza que tiene el maravilloso defecto de a menudo superponerse. ¿Qué hay más bello que un film con trasfondo histórico y que esté basado en una obra literaria?
Algunos dirán, pero es que son cosas tan disimiles, cómo conjugarlas?
Que es el cine sino la literatura acompañada de imágenes, y que es la Historia sino la recreación, en gran medida literaria, ficcionante, de acontecimientos a los que ya no nos es posible acceder, que la marcha del pasado ha dejado atrás, como el río de Heráclito. La gran derrota del historiador, que duda cabe, es la inasibilidad del pasado, la triste certeza de que por mucho que se intente, el pasado permanecerá inescrutado, comprensible, es un decir, a los hijos de su tiempo, más no a aquellos que eones después intentan descifrarlo.
Pertenezco a esa generación cuya ventana al mundo era la televisión, nos gusta decir que fue la literatura la que nos formó, que fueron los libros los que nos dieron el utillaje mental rudimentario con el que hoy a menudo alardeamos ¡Tantos libros y tan poca vida! Pero la verdad es que fue la caja mágica, algunos le llaman tonta, la que nos enseñó y nos sembró el gusto por saber. Coincido, como lo afirma Juan Esteban Constaín, que a los autores que leímos después, en la adultez, al nombrarlos lo que hacemos es más bien un homenaje a la educación sentimental de nuestros abuelos y nuestros padres.
La televisión me permitió asomarme al cine, a ese cine que no pude, por nacer a destiempo, ver de primera mano y que a menudo era conocimiento para iniciados, para unos pocos afortunados que en no pocas oportunidades guardaban con celo, al amparo de miradas no educadas, no entrenadas para comprenderlo.
Crecí en la época en que el largo reinado del cine mexicano en los cines de Colombia tocaba a su fin. La época en que los cines se llamaban teatros y más que una sala con sillas, estos tenían personalidad, diseñados ex profeso, a menudo eran bellas construcciones. Lejos estaba la época del cine como entretenimiento industrial, los multiplex aún no reinaban. Hoy en día dichas salas yacen abandonadas y en el mejor de los casos, son el nicho para que avivatos y estafadores que dicen llamarse pastores, campeen explotando los miedos ancestrales y usufructuando indebidamente los pocos recursos económicos de humildes personas, que solo desean la salvación de sus almas.
De la mano de mi padre, una figura modeladora de mi existencia, descubrí el western y el cine épico. No olvido su reacción cuando ya entrando en la adolescencia, en ese momento de tu vida en que tu padre ya empieza a no ser más tu héroe, vimos The Unforgiven, de Clint Eastwood. Para él fue como el capítulo final de una larga serie de películas que inició con The Stagecoach, pasó por The Wild Bunch y murió a dos tiempos con Eastwood. Recibió el testigo de John Wayne y era justo que el mismo Eastwood diera fin al género. Lo hirió de muerte con Pale Rider y fue The Unforgiven la estocada final.
De mi padre aprendí que hay ofertas que no se pueden rechazar y que a veces un hombre con un aura de cinismo y de dureza, en un pequeño aeródromo de una colonia africana ocupada, es capaz de renunciar al amor en pos de lo correcto.
Fue mi padre el que me dio a leer los primeros libros, Joseph Conrad y Alejandro Dumas fueron mis inicios en tan amarga afición, ya que, contrario de lo que se cree, el conocimiento es el camino más expedito hacia la infelicidad, una pregunta traerá indefectiblemente el germen de otra pregunta, en una cascada continua que como el mar de Valery, siempre va a recomenzar.
Conrad me mostró la insondable crueldad del hombre en el Corazón de las tinieblas y El alma del guerrero, que el honor militar trasciende a toda obligación moral. De Dumas a quien le criticaban la deformación histórica de sus escritos y que brillantemente respondió: si, es verdad, violo la Historia, pero le hago bellas criaturas, desarrollé el gusto por las obras históricas y me deleité con sus obras que no dejan tomar aliento al lector. Si Alejandro Dumas viviera hoy sería un extraordinario guionista.
Más tarde, y ya iniciando la singladura del conocimiento por mi propia cuenta, y riesgo, descubrí a autores como Stanislaw Lem y Arturo Peréz Reverte, a Philiph K. Dick y a Jorge Luis Borges, a Cortazar y a Asimov, a ellos les acompañé con directores de cine como el inmortal Billy Wilder o el atemporal Alfred Hitchcock. El rebelde Robert Altman y el nunca suficientemente bien comprendido Nicholas Ray.
El cine y la literatura han modelado mi vida. Soy Historiador, de título, pero eso es algo meramente accesorio, podría ser un simple plomero o un gris funcionario y todo seguiría igual, mi compromiso es con el conocimiento.
Lo mío es el saber.
Yo no soy más que lo que otros hicieron de mí. Si usted, desprevenido lector, algo de valor encuentra en mí, no se debe a un talento natural o alguna rigurosa disciplina interior cultivada con celo y experticia. Es reflejo simplemente de una curiosidad incesante, casi que insana, hacia todo lo que es el conocimiento, hacia todo lo que me ayude a callar esa voz interior que jamás cesa y que incansable repite lo mismo desde que recuerdo: ¿Por qué?

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